viernes, 27 de septiembre de 2013

Las excentricidades de los famosos

Me pregunto si ser famoso y sobre todo, ser rico, va unido a ser una persona excéntrica y materialista. Es normal que quienes poseen dinero tengan ciertos caprichos que el resto de los mortales no podemos permitirnos. Los famosos, que son el ejemplo que vemos todos los días en la prensa, llevan una vida de lujo que, no nos engañemos, cualquiera desearíamos. Acuden a fiestas, compran productos de grandes marcas, van a restaurantes de postín... ¿Quién no desearía poder hacer todas esas cosas cuando le apeteciera? Y sobre todo, ¿sin preocuparse del dinero? Lo que no es tan normal es la desmesura de algunas celebridades, que son más raras que un perro verde.

La última súper diva que ha sido noticia por sus excentricidades es la cantante Beyoncé. Algunas de sus exigencias en uno de sus conciertos han sido: 
  • En sus camerinos, las paredes deben ser de terciopelo blanco y las alfombras, negras.
  • Los sofás, blancos y a estrenar.
  • Debe haber dos palmeras de la especie Kentia de ocho pies de altura. Ni siete, ni nueve.
  • Quiere que las cajas de pañuelos sean de forma cuadrada y no ovalada.
  • Los hielos tienen que estar tallados a mano.

Sobre Beyoncé solo puedo decir que ceo que a esta mujer se le ha ido la cabeza. Aunque no es la única que tiene costumbres tan singulares y gustos tan exquisitos. Los Beckham, por ejemplo, pagaron 1.800 euros a una persona para que les abriera los regalos de Navidad (a mí eso me parece muy triste). Jennifer López ordenó cerrar un centro comercial entero para poder comprar a sus anchas sin que nadie le molestara (esto debió costarle un ojo de la cara). Julia Roberts únicamente se baña con agua mineral. Madonna pide que las flores de su camerino midan exactamente 15,24 centímetros. Paris Hilton pagó por un trozo de tierra al lado de la tumba de Marilin Monroe para enterrar a su cerdito. Elthon John, que colecciona gafas, ha llegado a reservar una habitación que debía mantererse a 16 grados, solo para guardar sus lentes. Mariah Carey utiliza agua francesa para bañarse y lo hace ¡con su perro! (mira que yo adoro a mi gata, pero bañarme con ella... creo que ¡no!).

En fín, podría llenar páginas poniendo ejemplos. La pregunta que me hago es cómo se llega a esto, cómo alguien que tiene mucho dinero se acaba convirtiendo en una persona tan sumamente superficial. Una de mis hipótesis es que se empieza por pequeñas cosas, por obtener aquello con lo que siempre se ha soñado, la vida que siempre se ha deseado, y cuando ya se tiene todo eso, a algunos solo les quedan las excentricidades. Puede que cuando el dinero sobra, siempre se quiera más y más. O quizás no, ya que no todos los que están forrados son así. Alejandro Sanz, por ejemplo, presume de ser "poco caprichoso" en sus giras. A la actriz Sarah Jessica Parker no le gusta malgastar su dinero comprando sin sentido. Supongo que la diferencia entre unos y otros radica en los que tienen dos dedos de frente y los que no. Que digo yo que tener mucha pasta no tiene que conllevar volverse idiota. ¿Acaso Beyoncé no va a sonarse los mocos si la caja del pañuelo no tiene la forma que ella quiere?



martes, 24 de septiembre de 2013

Las pequeñas cosas que me hacen feliz

En la vida es muy importante ser feliz, o al menos intentarlo. Y no todo el mundo tiene dinero o las facilidades para conseguir todo lo que desearía. Por eso, hay que tratar de ser lo más dichoso posible con lo que uno tiene. Las cosas pequeñas, los detalles, a veces pueden hacernos sentir mucho más afortunados que lo material y costoso. Por eso, hoy me apetece compartir algunas de esas pequeñas cosas que no cuestan apenas dinero, pero que me hacen sonreir cada día. Son solo algunos ejemplos, hay muchas más.

Me gusta apagar el despertador por las mañanas, encender la televisión y quedarme un rato remoloneando en la cama, hasta que soy capaz de despegar los ojos.

Me gusta que mi gata venga a esperarme a la puerta de casa en cuanto oye la llave en la cerradura. Y que se tumbe en el suelo panza arriba para que le haga cosquillas en la tripa. Me encanta que pida mimitos ¡y dárselos!

Me gusta que mis sobrinos pequeños me abracen y den besos como locos cada vez que me ven, como si llevaran un montón de tiempo sin verme.

Me gusta que mi madre siempre esté ahí, cuando la necesito y cuando no. Esa es mi madre.

Me gusta leer. Me encanta leer. Empezar un libro y estar deseando tener un rato libre para leerlo. Y no poder parar. Es una forma genial de desconectar del mundo.

Me gusta el día de mi cumpleaños. Es mi día y me siento súper especial. Me gusta abrir regalos, soplar las velas y estar con mi gente.

Me gusta tomarme un café -con galletita, por supuesto- a media mañana, mientras leo, escribo, miro Internet... Es mi momento del día.

Me gusta echarme un rato después de comer, taparme con una manta y que mi gata se duerma acurrucada entre mis piernas. En verano da calor, pero no importa. Adoro tenerla conmigo. Y la adoro a ella.

Me gusta irme a la cama por la noche y ponerme una serie de las que a mí me gustan -normalmente de chicas-. Es mi forma de relajarme antes de dormir. Si el sueño me deja, también me gusta leer un poco.

Me gusta hablar y de hecho, hablo por los codos. A veces demasiado alto, pero es sin querer, prometo que no lo puedo evitar. Mis disculpas.

Me gusta cocinar, puedo pasarme horas en la cocina. Me salen especialmente bien el bizcocho, la tortilla de patata o las empanadillas -mis sobrinos dan fe de estas últimas-.

Me gusta escribir. Por supuesto. De ahí la existencia de este blog. Igual que me gusta hablar, me gusta transmitir mis cosas también escribiendo. Además, me relaja y me hace olvidarme por un rato de todo. A veces eso biene muy bien.

Me gustan el Facebook y el Twitter. Cotillear las fotos de mis amig@s. Que para eso las ponen, digo yo. 

Me gusta Internet, lo uso a diario como medio de información, entretenimiento... Tengo que reconocer que soy de esas personas que no podría vivir sin conexión a la red. Bueno, poder, lo que se dice poder, podría, pero me costaría y mucho.

Me gustan los días fríos y lluviosos. Son perfectos para tumbarme en el sofá, taparme con una manta y ver la tele hasta cansarme.

Me gustan también los días soleados y calurosos para ir a la playa y dar paseos, tomar el sol y bañarme si el agua no está muy fría.

Me gustan las palomitas. ¡Qué ricas! Las del cine están mucho más buenas que las de casa, pero me valen ambas para ver una buena peli.

Me gusta el chocolate con leche Nestlé Extrafino. Es mi preferido. Y soy incapaz de comer solo una onza. Lo he intentado y es imposible.

Me gustan el Kit Kat, los Huesitos y los Donuts de chocolate de la nevera, que crujen y están más ricos -si no son de la marca Donuts no vale-.

Me gusta tomarme un vasito de leche con miel antes de dormir. Riquísima y muy relajante.

Me gusta viajar, conocer sitios nuevos. Me gusta la emoción de los días anteriores a un viaje. Me gusta imaginar cómo será el sitio, qué cosas veré o si me gustará.

Me gusta hacer fotos, inmortalizar los momentos, cosas o personas relevantes en mi vida.

Me gusta comer pasta. Es mi plato favorito, lo comería todos los días sin cansarme.

Me gustan los viernes y los sábados. Sobre todo los sábados, porque paso todo el día con mi amor. Mimitos y más mimitos. ESO ES LO QUE MÁS ME GUSTA DEL MUNDO MUNDIAL.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Café, silla y mesa = 1,70€

Con esto de la crisis nos deben tomar por tontos porque hay quien intenta sacar unos céntimos de donde no se puede. O no se debería poder, bajo mi punto de vista al menos. Yo había oído que en Italia, por ejemplo, cobran por sentarse en una terraza de un bar, aunque decidas irte sin haber consumido nada. No pensé que algo parecido pudiera suceder en Bilbao. Entiendo -que no comparto- que en Roma, con el volumen de turismo que hay, se trate de sacar rentabilidad a cada paso que de un forastero. Eso pasa en muchas ciudades, por todos es sabido que a los guiris se les intenta timar siempre que se puede. Pero ver esa filosofía en Bilbao, una ciudad que no disfruta precisamente de un elevado turismo, me ha resultado curioso, a la vez que me ha cabreado bastante.

La situación en cuestión ha sucedido hoy mismo. He entrado a tomar un café a una muy conocida cadena de cafeterías que hay en el centro de la ciudad y he pedido en la barra. Cuando he ido a pagar me han preguntado "¿lo vas a tomar en la barra o en una mesa?", a lo que yo he respondido que si es más caro si me lo llevo a la mesa. Me han contestado que sí y que me lo llevaba ella. Refunfuñando he pagado y aunque he insistido dos veces en que quería llevarme yo misma la taza, no me han dejado. Al llegar a la mesa le he preguntado a la camarera si el pago del servicio de mesa es obligatorio y me ha dicho que si quiero usar la mesa, sí. ¡No daba crédito! Me han cobrado, además de por la consumición, por utilizar una silla y una mesa. Alucinante.

Se supone que se paga un extra cuando llegas a un local, te sientas y no tienes ni que levantarte para pedir la consumición. Que tampoco me parece bien que lo hagan, pero al menos está justificado porque el camarero o camarera se encarga de todo. Pero lo que me ha sucedido hoy me parece tan cutre y ruin por parte del local. Da la sensación de que están a sacar dinero de donde sea. Y conmigo hoy lo han conseguido, pero tengo muy claro que allí no vuelvo, con lo cual, a lo mejor les compensaba no abusar así de la gente. Y otra cuestión es que, como cliente, creo que tengo derecho a llevar mi café a la mesa si yo quiero y a que no me cobren por sentarme como si en vez de en Bilbao estuviera en primera línea de playa en Benidorm.

lunes, 16 de septiembre de 2013

El primer día de cole

En estos días los niños están empezando el colegio. Muchos de ellos es la primera vez que se separan de sus padres y para algunos, es un verdadero trauma. Por eso la inclusión se hace poco a poco, a través de los periodos de adaptación. Los primeros días una hora, después hora y media... y así se va aumentando hasta que se quedan todo el día en el cole. Algunos lo llevan bien desde el primer día y podrían quedarse horas en el aula desde el primer momento sin sufrir por no estar con sus padres. A otros, sin embargo, ni un periodo de adaptación de un mes les sirve para separarse de sus progenitores sin llorar como si no fueran a verles nunca más.

Debe ser duro para un pequeño de dos o tres años, acostumbrado a estar con su mamá o papá, que le dejen todo el día con alguien desconocido a quien, además, tiene que compartir con otros tantos niños. A partir de ese momento deja de ser el protagonista que era en su casa y sin poder evitarlo, se hace un poquito más mayor así de repente, a la fuerza. Comienzan los madrugones, las prisas para llegar a la hora, las rutinas de las clases... Aunque algunos de estos niños esto ya se lo saben de memoria porque han ido a la guardería desde prácticamente recién nacidos.

Mucha gente piensa que la escolarización temprana es muy beneficiosa para los críos, que aprenden a relacionarse más y mejor con otros niños, a ser más sociables. Pero yo me pregunto si realmente es bueno para ellos separarse tan pronto de sus progenitores. En casos de niños que van a la guardería desde muy pequeños, la mayoría de las veces es por necesidad, pero cuando no lo es, ¿es bueno que un bebé vea muchas más horas a su profesor o profesora que a sus padres? Tengo serias dudas respecto a esto. Pienso que los niños, sobre todo cuando son muy pequeños, necesitan muchísimo a sus padres. Y no todos llevan igual eso de no verles en todo el día. La prueba está en que muchos se pasan todo el curso llora que te llora cuando se separan de sus papás.

La parte buena de que un niño comience a ir al colegio es que va a empezar a aprender cosas que le servirán para formarse como persona, comenzará a sentar las bases de lo que será su futuro y hará amistades que pueden durarle toda la vida y si no, acompañarle durante parte de ella. Pero al mismo tiempo da pena que se hagan mayores tan pronto, que comiencen ya con la responsabilidad que supone para ellos acudir cada día a clase. Lo mejor que pueden hacer los padres, bajo mi punto de vista, es darles toda la atención que necesitan cuando no están en el colegio, que vean que su vida fuera de clase sigue siendo igual, que tienen a sus padres igual que antes y que ir al cole no significa perderles. Significa un paso más en su vida, una nueva etapa que, guste o no guste, todos tienen que pasar.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Origen de expresiones cotidianas

Hoy voy a hablar de esas expresiones que decimos muy a menudo pero que, en muchos casos, no sabemos ni de dónde vienen ni lo que significaban cuando se empezaron a usar. Esas frases que nos salen sin pensar, porque las hemos escuchado desde pequeños y nos hemos acostumbrado a utilizar como parte de nuestro vocabulario. Todos sabemos lo que queremos decir cuando las empleamos, pero desconocemos cuándo y por qué surgieron. Hay multitud de ellas, por lo que voy a hablar de las que más me han llamado la atención:

Irse a la porra
Antiguamente, en el ejército, había un bastón al que llamaban porra y que se clavaba en el lugar donde los soldados debían acudir para cumplir un arresto tras cometer alguna falta leve. "Vaya usted a la porra" era un grito que se escuchaba habitualmente en el ámbito militar.

Poner los cuernos 
En los países escandinavos, los jefes de los pueblos podían acostarse con la mujer que desearan. Para que el marido de la elegida supiera que su habitación estaba ocupada, se colgaban en la puerta unos cuernos de alce.

Tirar la toalla
Esta expresión que significa rendirse viene del boxeo. Cuando un luchador abandonaba, se tiraba una toalla al suelo para mostrar al juez la retirada.

No dar un palo al agua
Proviene del mundo marinero. A los remos se les llamaba palos y se empleaba esta frase para referirse a los remeros que no colaboraban en el desplazamiento del barco. Hoy día, se usa cuando alguien no hace nada de provecho.

Costar un ojo de la cara 
Este dicho proviene del conquistador Diego de Almagro, que perdió un ojo al ser herido por una flecha en la ocupación de varios territorios en América.

Salvado por la campana
Antiguamente, cuando la medicina no estaba avanzada como ahora, se enterraba a personas que habían sido dadas por muertas cuando, en realidad, sufrían de catalepsia o un simple desvancecimiento. Al descubrir arañazos en el interior del ataud, se decidió poner en la mano del difunto un hilo que conducía a una campana situada en el exterior. Si resultaba estar vivo, podría tirar del hilo y al sonar la campana sería sacado del ataud.

Morder el polvo
En la Edad Media, cuando un caballero estaba herido de muerte, cogía un poco de tierra con la mano y la mordía, como señal de despedida de la madre Tierra.

No dar el brazo a torcer
Se relaciona esta expresión con los pulsos que se dan entre dos personas que luchan porque su brazo no toque la mesa, no ceden ante la presión de adversario.

Estar de Rodríguez
Esta expresión surgió en 1965, año en el que se emitió la película "El cálido verano del Sr. Rodríguez". En ella, José Luis López Vázquez interpretaba a un oficinista que se quedaba trabajando en verano mientras su mujer e hijos iban a la playa.

Más chulo que un ocho
Cuando en Madrid había tranvías era el número 8 el que llevaba a los chulapos y chulapas a la verbena.

Salvarse por los pelos
Antes muchos marineros no sabían nadar, por lo que se dejaban el pelo largo para que, en caso de caerse al agua, pudieran rescatarles agarrándoles "por los pelos". 

Tirar la casa por la ventana
En el siglo XIX se impuso la moda de que cuando a alguien le tocaba la lotería, tiraba literalmente sus pertenencias por la ventana, muebles incluídos.

Estar loco como una cabra
Cuando los cabritos se destetan escapan hacia el monte dando saltos y la cabra se vuelve loca para encontrarlos.

O.K.
Esta forma de decir "bien" tiene su origen en la Guerra de Secesión norteamericana. Cuando las tropas regresaban sin bajas escribían en una pizarra "0 killed" que significa "0 muertos". De ahí que se utilice O.K. para decir que todo está bien. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Prohibido niños

Cada vez son más los locales que se animan a colgar el cartel de "prohibido niños". Sí, sí, niños, que no animales. Estamos más que acostumbrados a que no dejen entrar a restaurantes u hoteles con perros pero ¿niños? ¿Tanto molestan estas pequeñas personitas como para tener que vetarles? Seguro que hay opiniones para todos los gustos, algunos estarán agradecidos de poder cenar sin aguantar gritos y lloros y otros se sentirán indignados porque se trate a los niños como personas non gratas.

En España ya existen bastantes bares y restaurantes -e incluso algún hotel- que no permiten la entrada de menores, ya sea con o sin padres. En Bilbao, por ejemplo, hay un bar con un cartel que reza: "reservado el derecho de admisión a los menores de edad, acudan solos o acompañados". El objetivo es ofrecer a los clientes un ambiente tranquilo y relajado, sin tener que soportar carreras, gritos o lloriqueos. No lo veo como algo malo, no es que se rechace a los niños por el hecho de serlo, si no que se trata de evitar lo molesto de su comportamiento. Probablemente estos locales habrán tenido malas experiencias con menores, habrán recibido quejas de clientes molestos y por eso se han decidido a tomar esa decisión.

Es comprensible que hayan empezado a surgir este tipo de iniciativas, teniendo en cuenta que la mala conducta de un niño puede alterar el ambiente de todo un restaurante. Y eso no es justo para el resto de clientes. Esto sucede muy a menudo, la mayoría de veces por culpa de los padres, que no saben -o no quieren- darse cuenta de que su hijo o hija no se porta bien. Esas cosas hay que pensarlas antes de salir y si se sabe que el crío la va a liar, mejor quedarse en casa. Sin embargo, si un menor tiene un buen comportamiento, no veo problema en que acompañe a sus padres. Si al de al lado le molesta que haya niños, ya es problema suyo.

Lo mismo que existen clubs privados de fumadores o locales para gays, no veo nada de malo en que haya sitios en los que únicamente se admitan personal adultas. Al fin y al cabo son lugares privados y cada uno en su negocio, en teoría, puede hacer lo que le venga en gana. Hay muchísimas personas a las que, sin tener nada en contra de los niños, no les gusta su compañía y también tienen derecho a salir a comer a sabiendas de que van a estar en un ambiente de gente adulta. Eso sí, siempre y cuando sean unos pocos los locales que ofrezcan este servicio y sigan prevaleciendo los que dejan entrar a cualquiera, independientemente de la edad.