jueves, 16 de febrero de 2017

Miedo


¿Quién no tiene miedo a algo, por ejemplo, temor ante una situación desconocida o a sufrir dolor física o emocionalmente? Creo que muy pocas personas pueden contestar que no a esa pregunta. Suertudos ellos. Yo tengo miedos, muchos y, según me voy haciendo mayor, siento que tengo más. Qué horror. La verdad es que es un sinvivir, para mí y sobre todo para el pobre de mi marido. Porque yo soy de las que me desahogo quejándome. ¡Ay, pobrecito mío!

Vale, reconozco que soy una agonías. Angustias me han dicho alguna vez que debería llamarme. No me hubiera ido mal el nombre, qué va. Lo malo de ser así es que corres el riesgo de entrar en un círculo vicioso en el que el más mínimo problema se convierte en la mayor de las preocupaciones. Y cuanto más nerviosa estás, más te afecta todo, y viceversa. Vamos, la pescadilla que se muerde la cola. ¿Y cómo se sale de eso? Que me relaje, me suelen decir. ¡Ja! Como si fuera tan fácil. Sé perfectamente que cuando algo me angustia tengo que relajarme, distraer la mente, pensar en otras cosas… bla, bla, bla... Pero precisamente porque ese algo me preocupa, soy incapaz de dejar de pensar en ello.

Ayer tenía que hacerme una prueba médica a la cual iba bastante nerviosa, más por desconocimiento que por otra cosa, que dolerme sabía que no me iba a doler. Llego al sitio y el siempre tan amable personal de Osakidetza, en vez de tratarme con un poquito de consideración, que viéndome nerviosa hubiera sido lo suyo, me empieza a meter prisa, ya que era la última de la mañana. Yo expliqué que estaba muy nerviosa y que me dejaran relajarme un poco. Pues ahí que viene la enfermera con una inyección en la mano dispuesta a pincharme. Y mira que las agujas no me dan miedo, siempre y cuando no las mire, ni tan mal. Yo desvistiéndome y la enfermera, que debía de tener mucha prisa por irse a comer, erre que erre con la dichosa inyección. Y yo que no, que me deje relajarme. Al final me hizo caso y se marchó, torciendo el gesto, eso sí.

Una vez puesta la inyección y a punto de empezar la prueba, “ay mujer, que esto no es nada”, me decían. “Pues no será nada para ti”, pensaba yo, “yo estoy cagada de miedo”. Ellos están acostumbradísimos a hacer eso a diario y saben que no es nada, pero a quien no se lo ha hecho nunca y, además, es tan aprensivo como yo, pues se le pone el corazón a mil por hora. Boca seca, temblor de piernas, y el corazón saliéndoseme del pecho. Así empecé la prueba. Veinte minutos después estaba fuera y tan tranquila. Como me habían dicho, no había sido nada, pero eso lo supe después, antes de empezar no me hubiera fiado ni de mi padre.

Salí enfadada e indignada. ¡Éstos tienen el tacto en el culo!, pensaba. No es la primera vez que voy a un médico más nerviosa de lo que ellos entienden como “normal” y tengo que aguantar prisas, malas caras o el típico “ay chica, tranquila”. ¿Acaso creen que si pudiera estar tranquila estaría allí al borde de la taquicardia? Insensibles de mierda. Esto pasa más en Osakidetza, que como vamos “gratis” parece que les fastidia y que no pueden ser amables. Que probablemente el médico al que vas pagando se esté cagando en todos tus muertos igualmente, pero al menos lo disimula y pone buena cara. Eso ayuda cuando vas a una consulta acojonada, un poquito de comprensión, por favor. Y que expliquen bien las cosas, con paciencia. Yo que cuando estoy nerviosa soy de preguntar lo mismo cinco veces seguidas, pues entiendo que al médico le puede llegar a desesperar un poquito, pero es lo que hay, evidentemente no lo hago por fastidiar, que parece que es lo que piensan algunos. Además de tratar enfermedades, los médicos también tienen que saber llevar al paciente con un poquito de mano izquierda. Deberían. Tanto en la sanidad pública como en la privada habrá de todo, no quiero generalizar, aunque por mi experiencia podría, la verdad.

Ojalá fuera sencillo controlar los miedos, poder respirar y calmarnos en los momentos de angustia. Algunas veces lo es, pero otras muchas no. La mayoría, diría yo. Porque cuando algo te da miedo, te da miedo y punto. Lo que para mí puede ser la mayor tontería del mundo es probable que a ti te ponga de los nervios. Y yo puedo estar histérica ante algo que a ti te provoque risa. Habría que comprenderse ¿no? Pues no, no lo hacemos. ¿Por qué la gente no entiende esto? ¿Por qué muchas veces criticamos o menospreciamos los miedos de otra persona? ¿Por qué nos cuesta tanto tener empatía con los demás? En fin, que el miedo es libre y sobre todo es irracional, así que aprendamos a comprender y respetar incluso lo que no entendemos, que todos tenemos lo nuestro.

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