martes, 8 de abril de 2014

Mi opinión vale más que la tuya

Hoy un grupo de mujeres ha colocado una pancarta en una catedral de Bilbao en la que ponía: "abortaremos en vuestros púlpitos". Hace un par de meses algunas activistas de Femen se presentaron frente a Rouco Varela con el torso desnudo para quejarse por lo mismo, la reforma del aborto. Me parece fatal, no puedo decir otra cosa, creo que únicamente son ganas de llamar la atención. Entiendo que esas chicas defiendan su postura con uñas y dientes, incluso que critiquen a la Iglesia por pensar lo contrario. Lo que no comprendo, y mucho menos comparto, es que les ataquen de ese modo. Por supuesto, tampoco comparto que la Iglesia trate de imponer sus ideales. Las mujeres no católicas deberían poder actuar como mejor les parezca, sin recibir presiones o incluso insultos, como ya ha sucedido en alguna ocasión.

Los extremos nunca son buenos y en este caso tenemos ambos. La Iglesia se cree con el poder moral suficiente como para obligar a una mujer a tener un hijo que no desea y las mujeres pro abortistas, con actos como el de hoy, buscan la ofensa como forma de defender sus ideas. No hay que olvidar que quien plantea la ley del aborto es el Gobierno, no la Iglesia y a quien hay que ir a protestar es a quien hace la ley, no a quien está de acuerdo con ella. A diario nos cruzamos con muchas personas que piensan distinto a nosotros y si nos dedicáramos a enfrentarnos a ellos el mundo sería un lugar mucho más violento de lo deseable. Y bastante tenemos con lo que tenemos.

A diferencia de hace años, en la actualidad a nadie se le obliga a comulgar con las ideas de la Iglesia. Hoy día ser creyente y, sobre todo, practicante, es algo que se elige libremente y quien decide hacerlo no es peor persona, por mucho que haya a quien le repugne lo que la religión promulga. Lo que no se debe hacer es meterse con alguien por su forma de pensar, ya sea en religión, política, o en la calle en el día a día. Y eso es algo que sucede mucho, cuando alguien dice algo que no compartimos es común que la conversación termine en una acalorada discusión. ¿Por qué es tan difícil discutir puntos de vista con alguien que opina distinto sin que llegue la sangre al río? Es tan sencillo como defender una postura sin ofender ni dañar al otro. Se llama tolerancia y es algo de lo que, desgraciadamente, mucha gente carece.

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