jueves, 2 de mayo de 2013

Mi gata, mi Dora

Cuando me independicé, hace dos años, me negaba rotundamente a tener animales en casa, a pesar de la insistencia de mi pareja. Él quería tener un perro, pero trabajando los dos -teníamos esa suerte por aquel entonces- consideramos que no era lo mejor, ya que el pobre animal pasaría mucho tiempo solo y no podríamos sacarle a pasear todo lo que necesitara. Además, íbamos a vivir en un piso y no creíamos que fuera el mejor sitio para tener un perro, ya que no tendría espacio suficiente para moverse a sus anchas. Como mi novio tenía mucha ilusión por tener una mascota y no podía ser un perro, mi hermana y yo nos pusimos de acuerdo para regalarle un gatito. Así fue como empezamos una vida en común los tres juntos.

Yo nunca había tenido animales en casa, pues mis padres no nos habían dejado. Tan solo peces y pájaros cuando éramos pequeñas. Desde el principio pensaba que no me iba a gustar tener un gato viviendo con nosotros, soltando pelo por todas partes, maullando todo el día... Pero nada más lejos de la realidad. Nunca me he arrepentido de traer a Dora -así se llama mi gata-. Desde el primer instante me enamoré de ella y de todo lo que conlleva tenerla en casa.

La idea que tenía acerca de lo que supondría tener un animal cambió por completo a los pocos días de vivir con Dora. Me olvidé de lo negativo, como que deja pelo ahí por donde pasa, y empecé a disfrutar de las cosas positivas, que bajo mi punto de vista son muchas más. Siempre nos recibe con alegría cuando llegamos de la calle y esté donde esté, viene pidiendo mimos. A mí, ahora que estoy sin trabajar y paso más tiempo en casa, me hace muchísima compañía. Le gusta seguirme y allí donde yo voy, ella me acompaña. Cuando me siento un rato en el sofá siempre se tumba a dormir encima de mis piernas. Me encanta que se acurruque conmigo. Es una gata bastante torpe y siempre nos hace reír con sus peripecias. Una de las cosas que más le gusta hacer es jugar a pillar, sobre todo con mi pareja. Se persiguen por toda la casa y yo me río mucho viéndoles. 

Estoy convencida de que vivir con una mascota ayuda a subir la autoestima. Más de una vez Dora me ha hecho sonreír a pesar de tener un mal día. Es increíble el cariño que dan a cambio de nada y más aún el amor que despiertan en sus dueños, solo por el hecho de existir, de estar ahí. En mi caso, nunca imaginé que podría querer a un animal como quiero a mi gordita -así la llamo cariñosamente-. Gracias a ella sé, que si depende de nosotros, siempre vamos a tener un gato en casa.

6 comentarios:

  1. Me encanta esta entrada que has escrito! Es preciosa! Y sí, dicen que los gatos ayudan mucho, y en las depresiones sobre todo. En mi caso deseo un perrito :) Y sinceramente prefiero en infinitas ocasiones animales a personas. Musu!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Irish!! Cierto es que los animales, siempre fieles, siempre ahí, superan a muchas personas. Besos!

      Eliminar
  2. Aunque sigo queriendo un perro, yo tambien quiero mucho a la gordita es la alegria de la casa! Me encanta

    ResponderEliminar