lunes, 18 de noviembre de 2013

Etapas de la vida

Qué difícil es ponerse en la piel de otra persona, sobre todo cuando se tienen opiniones opuestas o si hay mucha diferencia de edad, lo que supone formas muy dispares de vivir y ver las cosas. Es lo que suele pasar entre padres e hijos, que normalmente están condenados a no entenderse (lo cual no tiene por qué significar llevarse mal).

Cuando somos adolescentes pensamos que nadie nos comprende, que tenemos la razón siempre y que es el resto del mundo quien se equivoca. Creemos que nunca jamás pensaremos o actuaremos del modo en que lo hacen nuestros padres y que cuando tengamos hijos no nos vamos a comportar como nuestros progenitores lo han hecho con nosotros.

Cuando crecemos la cosa cambia y les entendemos mejor de lo que imaginábamos. Y entonces es cuando no comprendemos -e incluso criticamos- la forma de actuar de los adolescentes, cuando nosotros actuábamos del mismo modo. Les vemos como personas irresponsables e inmaduras y en muchas ocasiones hasta nos preguntamos cómo nosotros hemos podido ser así años atrás.

Lo mejor es cuando tenemos hijos. Todas esas cosas que tanto nos molestaban de nuestros padres cuando éramos adolescentes y que juramos y perjuramos que jamás haríamos a nuestros vástagos, las vamos repitiendo una tras otra tal cual las hicieron con nosotros. Y lo hacemos convencidos de que es lo que tenemos que hacer.

La vejez por lo general es diferente. La gente mayor suele comprender mejor, tanto a jóvenes como a mayores. Quizás la madurez y las experiencias de toda una vida hagan ver las cosas de otra manera, tomárselo todo con más calma y no dar tanta importancia a cosas que realmente no la tienen.

Es como si en los genes lleváramos un código no escrito que hace que en cada edad nos comportemos de determinada manera. Al adolescente le toca ser rebelde y pensar que tiene respuestas y soluciones para todo. Una madre no puede evitar chuparse el dedo y limpiar una mancha en la cara de su hijo, aunque cuando fuera niña odiara que se lo hicieran a ella. Lo mismo que un abuelo malcría a sus nietos como nunca lo ha hecho con sus propios hijos.  

Cada etapa tiene su encanto y en realidad la cosa no funciona tan mal estando como está así que ¿para qué vamos a cambiarla? Además, aunque quisiéramos no podríamos, obramos del modo en que lo hacemos porque no lo podemos evitar. Por algo será.

1 comentario:

  1. Cuantas veces pensaba yo que no haria cosas que veia hacer a mi madre y hete aqui que segun van pasando los años de repente dices o haces algo y ese duende que tenemos en la cabeza te dice"igual que lo hacia mi madre" MJ

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