miércoles, 25 de diciembre de 2013

Cuento: La estrellita y el gran árbol de Navidad


En un pueblecito donde hacía mucho frío en invierno, había una casita roja, la más bonita de todas. Allí vivían Lola y su hermano Edu. La casa tenía un jardín en el que les encantaba jugar, sobre todo al escondite y a pillar. Como Lola era más mayor, casi siempre ganaba a Edu y él se enfurruñaba mucho. Aunque algunas veces le dejaba ganar para que no se enfadara. En invierno no salían mucho al jardín porque todo se cubría de nieve y hacía tanto frío que les salía vaho de la boca. Los días que hacía sol, si se abrigaban bien, sus padres les dejaban salir un rato a tirarse bolas de nieve.

Lola tenía seis años y se creía que era muy mayor porque siempre enseñaba a Edu, que tenía tres, todo lo que ella sabía hacer: pintar, leer, contar hasta cien, escribir... Le encantaba ir al colegio porque allí aprendía todas esas cosas que le hacían sentirse tan lista e importante.

Faltaban pocos días para Navidad y Lola estaba feliz, ya que era la época del año que más le gustaba. Una tarde en la que hacía mucho frío y estaba nevando, los padres de Lola sacaron del trastero un montón de cajas llenas de adornos navideños. Cada año decoraban la casa en familia, mientras escuchaban villancicos y tomaban chocolate caliente con bizcocho, que estaba riquísimo.

Lola se fijó en una caja en la que ponía "frágil" y la abrió con cuidado. Revolvió un poco lo que había dentro hasta que le llamó la atención una bola de nieve en la que vio un pequeño pueblo con diminutas casitas, arbolitos y un montón de cosas más. Se parecía mucho al pueblo en el que vivían ella y su familia. A Lola le encantaban las bolas de nieve, así que enseguida la cogió y la agitó con fuerza para ver cómo caían los copos. De repente escuchó una vocecilla que decía:
     
     - ¡Lola! ¡Lola!

Lola se asustó al no saber quién la llamaba, pero continuó jugando con la bola.
     
     - ¡Aquí, dentro de la bola! –escuchó la pequeña de nuevo, esta vez mucho más alto.

Lola miró la bola que tenía en su mano y, dentro, vio una pequeña estrella que la saludaba. Se quedó mirándola con cara de susto al no poder creer que aquella estrellita la estuviera hablando. La estrella, que se dio cuenta de su temor, trató de tranquilizarla.

     - No tengas miedo Lola. Me llamo Vega y vivo dentro de esta bola de nieve –le explicó.
     
     - Pero… las estrellas no pueden hablar –contestó Lola.
     
     - Yo sí que puedo –dijo la estrella-. Pero nadie más que tú puede oírme y necesito tu ayuda.

Lola se quedó pensando. Sentía mucha curiosidad por saber lo que quería pedirle la estrella y finalmente le dijo que sí, que la escucharía. Vega le explicó que solo podían oírle los niños que creían en los deseos navideños y como Lola siempre pedía deseos en Navidad, por eso podía hablar con ella. La estrella le contó que a ella también le gustaba mucho la Navidad y que deseaba iluminar la punta del gran abeto que había en la plaza del pueblo. Pero ella sola no podía salir de la bola de nieve y llegar hasta allí, necesitaba la ayuda de Lola.

     - ¿Qué puedo hacer yo para ayudarte? –le preguntó la niña.

     - Necesito deseos navideños –le indicó Vega.

Lola abrió los ojos como platos porque no entendía nada. La estrella enseguida le explicó que se había quedado atrapada en la bola de nieve y llevaba todo un año dentro de la caja de cartón, por lo que nadie le había pedido deseos y empezaba a quedarse sin energía. Necesitaba los deseos de al menos diez niños para tener fuerzas y llegar hasta lo alto del gran abeto del pueblo. Lola le prometió que intentaría ayudarla.

Lola pensó durante mucho tiempo cómo podía conseguir que tantos niños pidieran un deseo. Después de un buen rato se le ocurrió que podía llevar la bola de nieve al parque. Casi era Navidad y en el colegio les habían dado las vacaciones, así que seguramente sus amiguitos irían allí a jugar. Al día siguiente Lola, Edu y sus padres fueron al parque. En cuanto llegaron, Lola enseñó la bola a los niños y les contó que si pedían un deseo, seguro que se cumpliría.

     - Deseo poder comer mucho turrón –dijo uno.
     
     - Yo deseo tener un hermanito para jugar con él –pidió otro.

     - ¡Y yo deseo que los Reyes Magos me traigan una bici! –exclamó otro.

Uno tras otro, todos los niños pidieron su deseo y la estrellita Vega cada vez brillaba más. Lola estaba muy contenta por estar ayudando a su nueva amiga. Además, se sentía muy afortunada porque solo ella podía hacerlo.

Estuvieron jugando un buen rato y cuando Lola y Edu ya estaban muy cansados, se despidieron de los demás niños y regresaron a casa con sus padres. Después de cenar, como Lola ya era muy mayor, ella sola se lavó los dientes y se puso el pijama. Cuando estuvo lista para ir a dormir su padre la acompañó a su habitación. Lola puso la bola de nieve en la mesilla que había al lado de su cama y se quedó dormida mientras su padre le leía un cuento. Cuando se despertó a la mañana siguiente, lo primero que hizo fue mirar la bola de nieve, pensando que Vega ya no estaría. Para su sorpresa, vio que la estrella seguía allí.

     - ¿Por qué sigues dentro de la bola? –le preguntó-. Ayer todos mis amiguitos te pidieron un deseo.

     - ¡Sí! Y ya estoy fuerte, pero necesito que me lleves a la plaza donde está el árbol de Navidad para poder saltar hasta la punta –le dijo Vega.

Lola le prometió llevarla esa misma tarde. Y así lo hizo. Les dijo a sus padres que le gustaría ir al pueblo a ver el abeto y después de comer fueron todos juntos. Lola metió la bola de nieve en su mochila y cuando llegaron a la plaza la sacó para que Vega pudiera salir. El árbol de Navidad era muy grande, tanto que Edu, que no era tan alto como Lola, no alcanzaba a ver la parte más alta. Su padre le cogió en los hombros para que lo viera bien.

Cuando nadie se dio cuenta, la estrellita Vega salió de la bola de nieve y dio un gran salto hacia la punta del árbol. Estaba muy muy alto, pero como tenía guardados los deseos de un montón de niños, estaba muy fuerte y al final lo consiguió. De repente, todos los que estaban allí vieron que una gran estrella se iluminaba en lo alto del abeto y aplaudieron contentos. Nadie en el pueblo había visto nunca en aquel árbol una estrella tan bonita y que brillara tanto como Vega. Desde entonces, gracias a Lola y a los deseos navideños de los niños, así fue siempre en cada Navidad.

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